26 de diciembre de 2020
Palabras clave: pastilleo, esoterismo, eugenesia
Hombres entre las ruinas es un libro de Julius Evola sobre los principios que deben orientar la restauración del orden tradicional. Todo comienza con la recuperación de la masculinidad a través del Männerbund, en el contexto de una correcta comprensión del principio de autoridad dentro del estado orgánico. El libro destaca por su crítica de la acción política de la Iglesia católica y el análisis de técnicas de subversión. Sin embargo, Evola se equivoca al promover un presunto saber espiritual que no aclara por ser cosa de iniciados, con lo que lanza sus lectores a la servidumbre del ocultismo. El mismo error lo lleva a dedicar un capítulo entero a promover la reducción de la población, en un irónico tándem con las fuerzas ocultas que supuestamente combate. Como prueba del efecto corrosivo del esoterismo sobre el intelecto basta leer el párrafo a continuación:
«Debemos recordar aquí que el término proletario proviene del latín proles y sugiere la idea de una fertilidad animal. Como señaló acertadamente Mereshkovski, este término se aplicó especialmente a aquellos cuya única habilidad creativa consistía en engendrar hijos: eran hombres en cuerpo pero eunucos en espíritu. La lógica de esta tendencia conduce hacia aquella sociedad "ideal" en la que ya no hay clases, ni hombres ni mujeres, sino camaradas, o células asexuales pertenecientes a un inmenso hormiguero».
Este falso elitismo es destructivo, propio de personas que desprecian al hombre común, animalizado por ellos mismos, sus autoproclamados superiores. Lo que Marx ensalza hipócritamente y Mereshkovski desnuda, Evola lo lleva a sus últimas consecuencia sin pizca de caridad. Lo cierto es que la natalidad tiende a disminuir tras cierto umbral de prosperidad material y existen recursos suficientes para todos gracias a la revolución industrial. Dicho esto, hoy podemos ver cómo la globalización colectiviza al planeta entero, tarea que los funcionarios presentan como un hecho de la naturaleza. El inmenso hormiguero es cada vez más visible, a pesar de que los ingenieros sociales suavizan el daño con guerra psicológica y subsidios. Parte del esquema consiste en la administración centralizada de placeres desordenados. A primera vista parece extraño el interés en sexualizar a la sociedad entera si preocupa tanto la explosión demográfica, pero debemos recordar que se exige en paralelo el fin de las instituciones tradicionales. Por eso es que feministas y homosexuales buscan destruir la familia, último bastión del orden social, el lugar que cuida de los niños y asegura el futuro de la sociedad. Dicho de otra forma, la supresión de la familia supone entregar al gobierno mundial el control de la reproducción humana.
Dos videos recientes de Miklos Lukacs y Alchemical Tech Revolution muestran la actualización del plan. Todo indica que el desorden será compensado con modificaciones técnicas como preparación para el transhumanismo, lo que traducido de neolengua al español significa suprimir la naturaleza humana. El gobierno mundial dará acceso a estos privilegios por medio de alianzas público-privadas (Agenda 2030 ONU ODS 17) de acuerdo al puntaje obtenido en el sistema de crédito social, cuya instalación en Panamá inició el Partido Panameñista y continúa hoy su organización hermana el PRD. A modo de jaque, esta enésima versión del hombre nuevo podrá elegir entre ser una semibestia parafílica, un cyborg, una conciencia digital integrada a la colmena planetaria o todas las anteriores, en donde ya no habrán distinciones entre mundo real y virtual (Mirror World) ni entre vida privada y teletrabajo (Holy Motors). Este es el nuevo significado de «progreso», con el cual pretenden que renovemos periódicamente nuestro «compromiso».
En la universidad, que yo sepa, no se lee a Julius Evola. Y para mencionarlo se intercalan advertencias parecidas a las que se usan al tratar autores como Carl Schmitt o Martin Heidegger, por razones políticas. Es el equivalente filosófico de la propaganda sanitaria en las cajetas de cigarrillos, o la etiqueta de aviso parental en los discos de heavy metal noventero. Pienso que no hace falta, porque no recuerdo haber visto tal cosa en las portadas de Marx, Nietzsche o Freud y los tres son mortales.
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